Hay excursiones que son un cóctel perfecto de naturaleza, arquitectura y encanto histórico, y esta que hicimos desde Santillana del Mar es un ejemplo de manual. La contratamos con la empresa Civitatis, y aunque ya estábamos alojados en Santillana, nos venía de perlas que el recorrido incluyera también la visita guiada a la villa. Spoiler: fue un acierto total.
El Bosque de Secuoyas
Arrancamos fuerte, con una escena que bien podría parecer sacada de un cuento de los hermanos Grimm o de un parque natural de California. En el Monte Cabezón, a escasos minutos de Cabezón de la Sal, se alza un Bosque de Secuoyas que sorprende tanto por su belleza como por su historia.
Aquí crecen más de 800 secuoyas rojas americanas (Sequoiadendron giganteum), una especie que normalmente uno esperaría encontrar en las laderas de Sierra Nevada… pero no, están aquí, en pleno Cantábrico.

Estas gigantes llegaron a España en los años cuarenta como parte de una política forestal que apostaba por especies de rápido crecimiento. Aunque el objetivo era económico —se buscaba madera de calidad—, hoy son más bien un espectáculo natural.

Algunos ejemplares superan los 40 metros de altura, con troncos tan anchos que te hacen sentir como un hobbit en tierra de gigantes. El sendero es cómodo y circular, perfecto para empezar la jornada con un paseo entre sombras altísimas y silencio vegetal.

Comillas: aristocracia veraniega
De los árboles centenarios pasamos a la elegancia de Comillas, una de esas villas que supo atraer a lo más granado de la sociedad española del siglo XIX. Encajada entre las colinas verdes y el mar Cantábrico, podría haber seguido siendo un tranquilo pueblo pesquero como tantos otros del norte.

Pero el destino (y una buena dosis de fortuna colonial) quiso que un hijo del pueblo, D. Antonio Víctor López López de Lamadrid, se hiciera de oro en Cuba durante el siglo XIX, fundando una de las navieras más importantes del país: la Compañía Transatlántica Española, así como el Banco Hispano Colonial y la Compañía General de Tabacos de Filipinas.

A su regreso, el rey Alfonso XII le concedió el título de Marqués de Comillas y él, en agradecimiento y con un fuerte sentido del mecenazgo, decidió transformar su tierra natal en un enclave de prestigio.


Financiando proyectos arquitectónicos, atrayendo artistas, intelectuales y hasta al propio monarca, convirtió a Comillas en la primera localidad española en tener alumbrado público eléctrico, antes incluso que muchas capitales.

Su legado se refleja en edificios como el Palacio de Sobrellano (1882–1888), diseñado por Joan Martorell, una pieza fundamental del neogótico catalán en Cantabria. El palacio, residencia de verano del marqués, se acompaña de una capilla-panteón diseñada con una solemnidad casi eclesiástica. En su interior trabajó Cristóbal Cascante, discípulo de Gaudí, y el mobiliario fue realizado por el propio Gaudí, en su etapa más juvenil.

Dato Curioso: Cuando Alfonso XII visitó Comillas en 1881, quedó tan impresionado por la elegancia del conjunto arquitectónico y el entusiasmo del marqués, que promovió la celebración de una reunión del gobierno en el propio palacio. Así, por un breve momento, Comillas fue capital política del Reino de España.
El Capricho de Gaudí
El Capricho de Gaudí, construido, como bien se detalla, por Antoni Gaudí i Cornet entre 1883 y 1885, es una de las pocas obras del arquitecto catalán fuera de Cataluña y uno de sus primeros encargos relevantes. Fue proyectado para Máximo Díaz de Quijano, un amante de la música, cuñado del Marqués de Comillas y miembro de la alta burguesía indiana.

El edificio, con su planta alargada, está cuidadosamente orientado hacia el sol, y de ahí viene uno de sus mayores encantos: Gaudí diseñó una casa que se mueve con la luz, con estancias dispuestas para aprovechar el calor y la luminosidad del día, adelantándose a los principios de arquitectura bioclimática.


Decorado con azulejos cerámicos con motivos de girasoles, el Capricho parece salido de un jardín fantástico. Su torre cilíndrica de influencia oriental recuerda a un minarete mudéjar y se dice que el propio Gaudí se inspiró en los invernaderos de cristal tan de moda en la Europa de finales del siglo XIX.


Aunque el arquitecto nunca llegó a ver la casa terminada, pues abandonó el proyecto al ser llamado para construir la Casa Vicens en Barcelona, su firma está por todas partes.


Dato Curioso: Tras la Guerra Civil, el Capricho quedó abandonado durante décadas. Incluso fue utilizado como restaurante en los años 80, antes de ser restaurado y abierto al público en los años 90. Hoy es uno de los puntos turísticos más fotografiados del norte de España.
De tapas
Después de una intensa mañana explorando el Capricho de Gaudí, nos dieron un tiempo libre para reponer energías. Recorriendo las callejuelas dimos con el Bar Guadalupe. Un nombre que rinde homenaje al mítico navío Guadalupe de la Compañía Trasatlántica Española, que tuvo el honor de ser el último en cubrir la legendaria ruta de pasajeros entre Nueva York y Vigo. Y yo que pensaba que el bar sería de algún parroquiano del pueblo de Murcia…

Allí nos recibieron unas anchoas de primera, saladas en su punto justo, acompañadas por un vino blanco fresco que entraba solo. Y, para rematar, unas rabas crujientes que parecían recién sacadas del mar. Una parada antes de volver a nuestra ruta hacia Santillana del Mar.

Santillana del Mar
La ruta terminó en nuestro punto de partida: Santillana del Mar, la villa de las tres mentiras (ni es santa, ni llana, ni tiene mar) que ostenta con orgullo la medalla de ser uno de los pueblos más bonitos de España. Aunque estábamos alojados aquí, fue genial redescubrirla de la mano de la guía.

La historia de Santillana del Mar es tan rica que podría escribirse un libro entero sobre ella. Su origen se remonta al siglo VIII, cuando unos monjes trajeron hasta aquí las reliquias de Santa Juliana, una mártir cristiana de Asia Menor, fundando un monasterio que atrajo a peregrinos y noblezas por igual. Con el tiempo, en torno a este núcleo religioso nació una próspera villa que supo conjugar poder eclesiástico con relevancia nobiliaria.

La Colegiata de Santa Juliana
La Colegiata de Santa Juliana, construida en el siglo XII, es uno de los mejores ejemplos del románico en el norte peninsular. Su fachada severa contrasta con la delicadeza de su claustro, donde los capiteles narran escenas bíblicas y escenas costumbristas con sorprendente expresividad. Algunos historiadores creen que en su interior se conservan restos escultóricos que podrían estar influenciados por talleres vinculados al maestro Mateo, el del Pórtico de la Gloria.

En la Edad Moderna, Santillana se convirtió en villa de hidalgos y letrados. Las calles empedradas están jalonadas de casonas blasonadas y torres defensivas, como la Torre del Merino, que durante siglos funcionó como casa del alcalde mayor, o la Torre de Don Borja, que hoy alberga exposiciones y recuerda el paso de nobles linajes por esta tierra.

Dato Curioso: Santillana fue propuesta en su día para ser Patrimonio de la Humanidad, pero no lo consiguió por tener demasiadas tiendas de souvenirs
Recorrer Santillana es un viaje al medievo, y aunque es muy turística, conserva un aire auténtico que la hace especial. Nada mejor que terminar el día perdiéndose por sus calles, tomando un vino en alguna terraza y disfrutando del ambiente tranquilo que envuelve la villa. Puedes consultar nuestro post dedicado sólo a Santillana del Mar.

Un día de contrastes
La excursión fue de esas que condensan lo mejor de Cantabria en unas pocas horas: naturaleza que impresiona, arquitectura única y pueblos con historia. Si tienes base en Santillana del Mar, este plan con Civitatis es una manera perfecta de ampliar horizontes sin preocuparte por el coche, rutas o aparcamiento. Tú solo disfrutas, que del resto se encargan ellos. Y llegas al hotel a descansar…
