El estilo musical denominado «Jungle Style» se atribuye a Duke Ellington, por los años 20, cuando fue contratado con sus «Washingtonians» para tocar en el Cotton Club de Harlem. En ella se define una música eminentemente negra, con guiños constantes a la cultura latina y geografías de la selva tropical. Aún así, se trataba en última instancia de un resorte de carácter comercial, impuesto como «moda», cuya finalidad era atraer más público a los locales donde tocaban regularmente las big bands.
Bajo estas premisas nos encontramos en Madrid con The Jungle Jazz Club, un elegante y cálido restaurante ubicado en la zona baja del restaurante Amazónico. En él encontraremos un rincón donde poder deleitarnos con una romántica velada de jazz o de sonidos caribeños.
El interior, diseñado por el interiorista Lázaro Rosa-Violán, tiene una capacidad para 75 comensales y su ambientación recuerda mucho a los famosos Clubs de los años 20, hecho que es de agradecer ya que te transporta e introduce en la experincia de poder saborear aquella época y disfrutar de sus espectáculos.
Servicio muy amable y dispuesto a realizar perfectamente su trabajo. Siempre atentos a los detalles de los integrantes de la mesa, sobre todo en el vino, el cual nunca te faltaba en la copa. Simpatía y buen hacer desde que entras a la sala hasta que sales de ella.
La experiencia gastronómica que ofrece el restaurante The Jungle Jazz Club dentro de su carta nos transporta a paises exóticos y tan dispares como Brasil, India o Japón. Todo ello con un excelente y maravilloso telón de fondo donde «Los Chocolatinos», en éste caso, ya que la programación semanal de actuaciones es variada dependiendo del día, nos engullían con sus notas y song cubano. Espectacular.
Una vez acomodados en mesa, el barman nos indica si nos apetece algún cocktail en particular o si por el contrario, es de nuestro agrado el dejarnos llevar por el que realizan ellos en el día (cada día es uno distinto). Por supuesto elegimos el cocktail del día. Magnífico.
Pasado un tiempo prudencial, procedemos a elegir los platos, que en este caso fueron: Unas Ostras de Massa con salsa Ponzu; como siempre…inmejorables, ¿se nota mucho que nos encantan las ostras?. A continuación, nuestra elección es de lo más exótica, Ancas de Rana con salsa de Mango y Habanero; en éste caso y siendo la primera vez que las comíamos, creo que no volveré a probar éste tipo de plato tan delicioso en ningún otro lugar, mi sorpresa fue alucinante; la salsa de mango para acompañarlas una delicia. Como plato principal nos decantamos por una Merluza Negra con Berenjena Asada y la Urta con Leche de Tigre; éste último plato fue para mí, que os voy a decir, tengo debilidad por todo lo que se asemeje al ceviche o lleve ese «puntito picantón». Todo ello acompañado por un Albariño (Do Ferreiro) bien fresco.
Una vez terminados los platos principales, ya sólo quedaba el postre. He de decir que estábamos un poco ya satisfechos, pero no nos podíamos ir sin probar los postres. Así pues, nos decidimos por el Aloe Vera con Semillas de Chía y la Crema de Coco y Nantais al Ron con sorbete de Mango; si los anteriores platos estaban deliciosos, ésto ya fue para rematarnos. El apoteosis final. Increiblemente delicioso.
Tanto la calidad del servicio como la ejecución de los platos esta bien conseguida. El precio de los platos está dentro de los estándares de este tipo de restaurantes, alto pero no desorbitado, salvo en vinos (ninguno baja de los 40€) y/o cócteles (sobre los 18€), sin duda un punto muy negativo que ensombrece bastante el interés de desear volver otra vez. Una pena, ya que el restaurante en sí no merece que te quedes con la sensación de que has visitado un restaurante por y para turistas donde sabes que por algún lado te van a «levantar en peso» en la cuenta.