Si estas en Paris y tienes al menos un día libre, no puedes dejar de hacer esta ruta por el Valle del Loira y sus impresionantes Castillos: Chambord, Cheverny y Chenonceau.

Un viaje exprés entre reyes, guerras mundiales y jardines simétricos. Todo con aire renacentista y un poquito de drama cortesano.
De París a Castillos del Loira: Tour de un día
Partimos en autobús de París sobre las 7:00 de la mañana, llegando a Chambord en unas 2 horas y 15 minutos. De ahí, los trayectos son más cortos: unos 20 minutos a Cheverny y 50 minutos hasta Chenonceau. El regreso desde Chenonceau a París tardamos alrededor de 2 horas y 30 minutos. Una jornada maratoniana, sí, cansada y exhausta, también, pero absolutamente maravillosa.

Castillo de Chambord
Nos encontramos en Loir-et-Cher, dentro del bosque de Boulogne. Este departamento de la región Centro-Valle del Loira es tierra de bosques, lagos y pueblos medievales. Muy cerca de Chambord está Blois, una ciudad encantadora con callejuelas adoquinadas y su propio castillo, además de una historia marcada por los Valois y las guerras de religión.

El coloso del Renacimiento francés
El Castillo de Chambord no se construyó para vivirlo: se construyó para impresionar. Francisco I, el rey joven, culto y ambicioso, quería un edificio que mostrase el poder de su corona y la influencia del Renacimiento italiano. Por eso, en 1519 encargó este coloso de piedra en medio de un bosque, como símbolo de grandeza.

La obra duró más de 30 años y participaron en ella cientos de artesanos, canteros y arquitectos. Se construyó sobre un antiguo bastión medieval y se diseñó con un equilibrio exquisito entre la tradición francesa (las torres circulares, la planta cuadrada) y los elementos del Renacimiento italiano (cúpulas, bóvedas, simetría matemática).

Aunque no está confirmado, la mítica escalera de doble hélice suele atribuirse a Leonardo da Vinci, quien pasó sus últimos años en Francia bajo la protección de Francisco I. La escalera está diseñada para que dos personas suban y bajen al mismo tiempo sin cruzarse, un detalle tan simbólico como técnico.

Un castillo sin casa
Lo curioso es que Francisco I apenas pasó allí más de 50 días en total durante su reinado. El castillo fue concebido como un pabellón de caza en medio del bosque de Boulogne (hoy convertido en el mayor parque amurallado de Europa), pero acabó siendo una colosal obra de arquitectura, con más de 400 habitaciones, 80 escaleras, 13 grandes escalinatas y 365 chimeneas. Una por cada día del año, dicen.

El castillo era demasiado grande y costoso de mantener. Cada vez que lo visitaba, necesitaba desplazar a más de 2.000 personas, además de muebles, tapices y vajilla, ya que no había nada instalado permanentemente.

Durante los siglos siguientes, Luis XIV (El «Rey Sol») también se dejó ver por Chambord, y Molière incluso estrenó aquí su obra “El burgués gentilhombre” ante la corte. Ya en el siglo XVIII, el mariscal de Sajonia convirtió Chambord en una residencia militar durante la Guerra de Sucesión de Austria.

Chambord en tiempos modernos
Durante la Revolución Francesa, Chambord fue saqueado, y durante la Segunda Guerra Mundial se convirtió en un refugio de arte nacional. Entre sus muros se escondieron las grandes joyas del Louvre, incluida la Mona Lisa, que sobrevivió al conflicto sin un rasguño.

Actualmente, el castillo está rodeado por un parque natural amurallado de 5.440 hectáreas (el mayor parque cerrado de Europa), donde viven ciervos, jabalíes y otras especies protegidas. Es Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO desde 1981.


Castillo de Cheverny
La región de Sologne es conocida por sus bosques, estanques y su rica biodiversidad. Es un área menos turística que otros puntos del Loira, pero muy apreciada por los franceses para el turismo rural. Sus pueblos, como Cour-Cheverny, son ideales para probar especialidades locales como la tarta Tatin, vinos blancos de la denominación Cheverny, y platos de caza.

El castillo con alma de hogar
En contraste total con Chambord, el Castillo de Cheverny parece hecho para vivir. Aquí no hay delirios de grandeza ni escaleras imposibles, sino una arquitectura clásica, elegante y funcional, que ha sido habitada sin interrupción desde el siglo XVII por la misma familia, los Hurault de Vibraye.

El edificio actual fue construido entre 1624 y 1634, diseñado por Jacques Bougier, un arquitecto discípulo de Salomon de Brosse (creador del Palais du Luxembourg de París) mantiene un estilo francés clasicista, con simetría perfecta y decoración discreta.

La fachada, con piedra blanca del Loira, tiene una ligereza que contrasta con otros castillos. Pero lo que más impresiona es su interior: mobiliario original, tapices flamencos, armaduras del siglo XVII, retratos familiares y una biblioteca enorme que parece sacada de una novela. Esto se debe, a diferencia de otros, que nunca fue abandonado, saqueado ni tomado por la Revolución Francesa.


El arte de vivir… y cazar
Cheverny fue desde sus inicios un castillo de campo, dedicado al arte de vivir. Durante siglos, se organizaban grandes cacerías en sus bosques, una tradición que sigue viva hoy día.

En sus jardines vive una famosa jauría de más de 100 sabuesos franceses, y se puede asistir al curioso momento de su alimentación, que parece más una coreografía que una comida.

Cheverny también posee una exposición permanente dedicada a Las AVenturas de Tintín, porque Hergé se inspiró claramente en esta propiedad para crear el Castillo de Moulinsart (Marlinspike Hall en inglés), hogar del capitán Haddock.


Castillo de Chenonceau
Nos encontramos en Indre-et-Loire, sobre el río Cher, en la región de Touraine, una de las más fértiles del Valle del Loira. Conocida como “el jardín de Francia”, esta zona es famosa por sus viñedos, su clima suave y ciudades como Tours, a solo 35 minutos de Chenonceau. Aquí se producen algunos de los mejores vinos blancos del país, como el Vouvray, y la gastronomía local es sabrosísima: cabrales, rillettes, pera tapée, y postres con frutas confitadas.

El Castillo de las Damas
Considerado como uno de los castillos más bonitos de Francias y uno de los más interesantes históricamente, el Castillo de Chenonceau, también conocido como «Le Château des Dames» (El Castillo de las Damas), este puente-palacio sobre el río Cher, fue moldeado por una cadena de mujeres poderosas que dejaron en él su sello personal.

Primero fue Katherine Briçonnet, que supervisó las obras originales en 1513 mientras su marido recaudaba impuestos. Más tarde llegó Diane de Poitiers, favorita de Enrique II, quien construyó el elegante puente sobre el Cher y diseñó jardines renacentistas perfectos. Pero la historia da un giro: al morir el rey, su viuda Catalina de Médici expulsó a Diane y añadió la galería sobre el puente, convirtiéndola en una fastuosa sala de baile y recepciones.


Galería de poder y resistencia
Cada mujer que pasó por Chenonceau aportó algo: Louise de Lorraine, esposa de Enrique III, vivió allí su duelo tras el asesinato del rey. Vestida de blanco luto, paseaba por las galerías como un fantasma, mientras el país se sumía en guerras religiosas.


Ya en el siglo XVIII, Louise Dupin, mujer culta e ilustrada, salvó el castillo de ser destruido durante la Revolución. Transformó Chenonceau en un salón literario de la Ilustración, frecuentado por Voltaire, Rousseau o Montesquieu.


Durante la Primera Guerra Mundial fue un hospital de campaña, y en la Segunda, al estar justo sobre el Cher (frontera natural entre la Francia ocupada y la zona libre), la galería del castillo fue usada para cruzar clandestinamente a personas perseguidas por el régimen nazi.


Hoy los inmensos jardines de Diane y Catalina, los techos de vigas talladas, la colección de tapices y la galería con ventanales al agua siguen haciendo a Chenonceau uno de los castillos más visitados de Francia. Y con razón.
















