Corría el año 1839, cuando Emilio Huguenin, nacido en Montbéliard y cocinero en París, inauguraba en Madrid su restaurante Lhardy, nombre que le viene dado del famoso Café Hardy, del Boulevard de los Italianos en París. Por aquellos entonces, aún paseaban aguadores por las calles y en el Teatro Variedades renacía la zarzuela moderna.
Fue el primer restaurante en separar mesas, la cuenta por escrito, mantener un menú con precio fijo y reservas por teléfono, aunque por aquella época sólo hubiera 49 abonados en todo Madrid; iniciando lo que hoy en día conocemos como restauración.
Es considerado uno de los más históricos y emblemáticos restaurantes de España. Bajo sus pintorescas lámparas, ahora eléctricas, pero que aún conservan el romanticismo de sus antecesoras de gas; por sus diversos salones y por sus famosos espejos, han pasado una infinidad de personalidades de la realeza, del arte y las letras y la más alta aristocracia. Tales como José de Salamanca y Mayol, habitual del restaurante, que celebró el bautizo de su primogénito Fernando; la Reina Isabel II, así como posteriormente sucedería con Alfonso XII, junto con el Duque de Sesto, Bertrán de Lis, etc, hacían sus escapadas para comer su famoso cocido.
También entre sus salones más privados, sobre todo en el Salón Japonés, se guardan secretos y actos de la historia de España, ya que fue el rincón preferido del general Primo de Rivera para sus reuniones de ministros y altas personalidades de la Dictadura, y por contraste, aquí se decidió el nombramiento de D. Niceto Alcalá Zamora como presidente de la República.
Antes de entrar, desde la calle Carrera de San Jerónimo, podemos contemplar y deleitarnos con su pintoresca fachada construida en 1880 por el notable decorador de la época D. Rafael Guerrero. A tal efecto se utilizaron las mejores maderas nobles de caoba que fueron traídas expresamente desde La Habana (Cuba).
Se aprecian dos entradas, la de la tienda (la más grande) y otra más pequeña para el acceso al restaurante.
En la zona de la tienda, donde se puede degustar o comprar toda clase de dulces y bollería, la decoración permanece intacta a como fue proyectada desde sus inicios: sus dos mostradores enfrentados y el espejo al fondo, sobre la opulenta consola que sostiene la “bouilloire” y la fina botillería.
Al igual que la tienda, los salones Isabelino, Blanco y Japonés, aún conservan su decoración inicial, tales como las chimeneas, la ornamentación (lámparas, apliques, etc), guarniciones e incluso los revestimientos de papel pintado de la época.
Nada más entrar, percibes que no te encuentras en un restaurante cualquiera. La ambientación de su peculiar decoración o tal vez el saber que el lugar en donde te dispones a pasar una agradable velada ha sido refugio de reyes y lo más grande de la aristocracia de todos los tiempos, hacen que te traslades y te imagines envuelto en un buen traje de caballero de la época contemplando a tu compañera de mesa en las más finas y delicadas telas y sedas.
El servicio recibido está totalmente a la altura de tan majestuoso lugar. Desde que te reciben hasta que abandonas la sala, es todo atención hacia el cliente. Una atención cuidada en todos los aspectos que no llega a ser tediosa como puede ocurrir en otros restaurantes donde tienes al camarero pegado prácticamente a la “chepa”. Aquí, desde la distancia se controla toda la sala dejando la intimidad que merecen las mesas, pero sin dejar de satisfacer su estancia.
Carta amplia y de muy notable calidad en los productos presentados. Aunque su cocina, como es normal, se ha internacionalizado y presenta creaciones culinarias muy a tener en cuenta, aún conserva en la misma los platos “de olla” más castizos, tales como su atemporal cocido y los callos.
Digno de mención en sus postres es el «Soufflé sorpresa», una maravilla para el paladar. No he vuelto a probar algo tan delicioso. Su textura, su cremosidad y su sabor te deleitará, siendo el perfecto broche final para una magnífica cena o comida.
Productos y materias primas de primerísima calidad, elaboraciones muy cuidadas, emplatado acorde a lo que requiere el plato, un servicio majestuoso y un lugar de ensueño, es de reseñar que el precio, sobre todo si vamos a carta, será elevado. Aunque, si ese es el problema, dispones de un menú degustación a precio muy ajustado, ofreciendo así la posibilidad de disfrutar de tan maravilloso emplazamiento.
Si tu próxima visita a Madrid lo requiere, te aconsejo que no dejes escapar, siempre y cuando te lo puedas permitir, la oportunidad de poder disfrutar , más que de sus elaboraciones, que son exquisitas, de un lugar tan emblemático como histórico en el mundo de la restauración española.