San Vicente de la Barquera es mar, historia y espuma golpeando contra el rompeolas. Y justo en ese entorno marinero, con olor a salitre y aire cantábrico, se encuentra La Ostrería de San Vicente, un rincón donde el marisco se convierte en poesía.
La Ostrería: Una historia que se remonta a Roma
Dicen los historiadores que allá por el año I a.C., Cayo Sergio Orata, inventor de las termas romanas y gran visionario gastronómico, ideó un sistema de cultivo de ostras que fascinó a la élite del Imperio. Y cuentan también que en aquellos tiempos, las ostras de la ría de Portus Vereasueca —la actual San Vicente de la Barquera— ya gozaban de fama y prestigio entre los paladares más exigentes de Roma.

Han pasado dos milenios y, en pleno corazón del Parque Natural de Oyambre, la tradición continúa. En la ría de Rubín, bañada por las aguas del río Escudo y resguardada por el Cantábrico, se cultiva hoy la ostra rizada o japónica, una variedad con textura carnosa y un sabor profundo que sabe a mar abierto.

De esa pasión por el mar y las ganas de compartir su riqueza nace La Ostrería de San Vicente, un templo dedicado al molusco más noble. Tanto es así, que su propuesta diferente y auténtica le ha valido un «Solete» por la Guía Repsol. Un distintivo reservado para aquellos lugares que poseen un encanto especial y donde la experiencia gastronómica brilla por sí misma.

La Ostrería: dos formas de disfrutarla
El restaurante se divide en dos zonas bien diferenciadas:

El comedor interior, con carta propia y ambiente más formal, donde conviene reservar con antelación si no quieres quedarte sin mesa.


La terraza, más informal pero igualmente privilegiada, desde donde se disfruta de las vistas a la desembocadura del Escudo y al Mar Cantábrico, con el islote de Peña Menor asomando al fondo del rompeolas. Aquí no hay reservas: las mesas se eligen por orden de llegada y la puerta se abre a las 12:00h.

En nuestro caso, optamos por la terraza. Llegamos con tiempo (sobre las 10:30h) y aprovechamos para recorrer el entorno antes de sentarnos: la Ermita de la Virgen de la Barquera, el puerto pesquero y el paseo hasta los acantilados y el espigón rompeolas, un itinerario que por sí solo ya justifica la visita.

Ermita de la Barquera: guardiana del mar y de la villa
A pocos pasos de La Ostrería, en la subida al faro, se alza la Ermita de la Virgen de la Barquera, un pequeño templo cargado de historia y leyenda. Sus orígenes se remontan al siglo XV, en plena época medieval, cuando San Vicente era un puerto estratégico del reino de Castilla y el mar era tanto sustento como amenaza para sus gentes.

La tradición cuenta que llegó por mar una pequeña barca, rodeada por un halo de luz, sin remos ni velas trayendo consigo en su interior la imagen de la Virgen. Desde entonces, la Virgen de la Barquera se convirtió en la patrona de los marineros y pescadores de la villa, protectora de aquellos que cada día se jugaban la vida en el Cantábrico.

El espigón: vistas al mar infinito
San Vicente regala una de las vistas más espectaculares de la villa: un brazo de piedra que se adentra en el Cantábrico y que junto con sus acantilados uno percibe de verdad la fuerza del océano y el carácter marinero de la localidad. El paseo hasta su extremo, con la espuma rompiendo de un lado y las barcas del puerto del otro, es un espectáculo en sí mismo.




Degustando La Ostrería: Sabor a Mar
Una vez seleccionamos la mesa, y mientras esperábamos a que la cocina comenzara su marcha (12:30h), empezamos con nuestro «mítico» vermut acompañado de unas deliciosas olivas verdes. Amargo, fresco y perfecto para afinar el paladar antes de zambullirse en la mar.

La carta (que puedes ver aquí) contiene una gran variedad de ostras para todos los gustos, en nuestro caso degustamos 3 tipos: Ostra al natural con limón de Novales: pura sencillez bien entendida. El limón local aporta frescura sin tapar la mineralidad intensa de la ostra. Seguimos con una Ostra Acevichada con Chile Verde: un guiño mestizo que juega con acidez y picante, recordando al ceviche, pero sin perder la identidad cántabra. Para terminar nuestro deambular por el mundo de las ostras, una Ostra Picante con Vinagreta de Cítricos: atrevida y vibrante, con un final largo y refrescante que invita a repetir.

Todo esto lo acompañamos por un maridaje de Paco & Lola, un 100% Albariño fresco que aporta cuerpo y una textura elegante. Despliega aromas cítricos y frutales que se integran a la perfección con la mineralidad de la ostra al natural, equilibran el picante de las vinagretas y acompañan con sutileza la untuosidad de la ensaladilla de centolla o la intensidad de las almejas al albariño. Riquísimo.

Seguimos con nuestro siguiente plato, unas Zamburiñas con Aire de Lima y Coco que sorprendieron por su delicado equilibrio: acidez, dulzor tropical y la potencia del mar en cada mordisco. La espuma aguantó como una campeona sin consumirse. Bravo!

Continuamos con unas Almejas a la Sartén con Reducción de Albariño de Cantabria. Tradición en estado puro, con una salsa reducida y elegante que pedía pan para rebañar. Y así se hizo, dejando el plato «limpio como la patena».

Terminamos con una Ensaladilla de Centolla y Gambón. Cremosa, elegante y con el protagonismo absoluto del marisco. Una maravilla de plato… y sí… también hubo pan.

Como colofón nos decantamos por una Torrija de Brioche con Helado de Orujo. Jugosa, aromática y con ese puntito de licor que pone el sello de contraste. Una delicia.

Y para el broche final a este maravilloso lugar, no podían faltar unos deliciosos cócteles: Un Blue Hawaii, refrescante y ligero, y un Spicy Margarita, intenso y con un punto de picante en su justa medida, fueron el maridaje «juguetón» de la velada.

La Ostrería de San Vicente es una experiencia que mezcla paisaje y sabor. Su “Solete” de la Guía Repsol confirma lo que percibe uno al sentarse en cualquiera de sus mesas: aquí el producto se respeta, se mima y se presenta de forma creativa sin perder su esencia marinera. Comer frente a la ría del Escudo y el Cantábrico es sentir que el mar no solo se mira: también se saborea.
