Hay sitios que no necesitan presentación… pero sí un homenaje. Porque cuando un chiringuito fundado por un regatista holandés en los años 70 se convierte en uno de los templos gastronómicos más míticos de La Manga, algo está claro: «aquí se viene a comer bien, a contemplar el Mar Menor y a olvidarse del reloj». Bienvenidos a 1975 Escuela de Pieter.

De Escuela de Vela a templo gastro
Todo empezó en 1975, cuando Pieter Van Driel, un joven holandés con alma aventurera y salitre en las venas, montó una escuela de vela ligera frente al Mar Menor.

Lo acompañaba un chiringuito sin luz, con cocina improvisada, donde lo mismo se asaban sardinas que se freían hamburguesas. ¿Agua caliente? Jajaja. ¿Sillas? Sí, pero atadas por si volaban (o desaparecían). Eran otros tiempos, otra costa y otra forma de vivir el verano.

Con los años, lo que era refugio de surferos, velistas y turistas despistados se convirtió en un restaurante de los que se recuerdan con una sonrisa y se recomiendan con un “no te lo puedes perder”.

Un lugar para quedarse a vivir (o al menos a «tardear»)
Situado en la zona norte de La Manga, en la Urbanización Veneziola, 1975 Escuela de Pieter se asienta literalmente sobre la arena. El mar enfrente. El atardecer a un lado. Y tú, entre copa y copa, deseando que el tiempo se detenga.


Tres espacios para elegir:
Interior: cálido y acogedor, ideal para cenas de invierno o días de levante cabreado
Terraza: el codiciado tesoro. A pie de playa, con toldos, sombrillas y vistas que deberían estar enmarcadas
Hamacas con servicio de playa: sí, puedes comer sin moverte. A eso se le llama eficiencia hedonista

Nosotros empezamos, como manda nuestra tradición no escrita, con unos vermuts bien fríos y unas aceitunas mirando al mar, en la zona exterior de mesas altas.

El sol aún se colaba entre nubes y todo apuntaba a comida perfecta con vistas, pero el viento decidió cambiar los planes. Consultamos con el equipo si era posible cambiar nuestra reserva a pie de playa por una mesa en el comedor interior, y no solo accedieron con rapidez, sino con una amabilidad que ya de por sí sienta de maravilla.

Carta mediterránea con toques viajeros (y mucho sabor local)
No esperes florituras deconstruidas ni espuma de mar con lágrimas de níspero. Aquí se cocina producto, sencillez y sabor. Pero eso no quita que la carta tenga sorpresas.

Entrantes que abren el apetito (y la conversación)
Abrimos la comida con una Sopa de Marisco que es puro abrazo cálido al paladar. Bien ligada, con sabor profundo a mar —pero sin caer en la salinidad exagerada— y pequeños tropezones de pescado y marisco que se dejaban cazar con la cuchara. Ni rastro del típico sabor a pastilla de caldo: aquí hay trabajo y eso se nota.

Pescado fresco y curry que viaja
Como principales para compartir, elegimos el Rodaballo al Horno, presentado con una cama de patatas panadera y verduras de temporada. El punto del pescado era perfecto: jugoso, firme, con ese sabor limpio del producto fresco que no necesita maquillajes. Las verduras —zanahoria, calabacín y cebolla roja— estaban bien tratadas, aún con textura, y las patatas, doradas por los bordes, recogían el jugo del rodaballo como si fueran esponjas con sabor a gloria.

El segundo principal fue toda una sorpresa: Gambas al Curry Thai. Aquí, 1975 Escuela de Pieter, se permitió un viaje hacia el sudeste asiático sin perder su esencia. Las gambas, grandes, tersas y perfectamente marcadas, llegaban bañadas en una salsa cremosa con matices cítricos, un leve picante y ese aroma a citronela y leche de coco que te teletransporta a una playa tailandesa con cada bocado. Exótico pero sin disfrazar el producto.

Todo esto lo regamos con una botella de espumoso Juvé & Camps, una elección que acompañó de maravilla tanto la untuosidad del curry como la sutileza del pescado. Fresco, alegre, con ese carbónico elegante que limpia el paladar y te deja con ganas de seguir brindando.

Postres de los que no se discuten
No podíamos irnos sin dulce. Compartimos dos postres: unos Profiteroles bañados en Chocolate caliente (el chocolate, por cierto, espesito y de los que manchan la cuchara) y una Tarta de Manzana que resultó ser todo lo que esperábamos y más: masa crujiente, manzana asada al punto y ese toque casero que hace que te acuerdes del postre más que de la entrada.


Los cafés, por cierto, también se vistieron de gala: un “Asiático” con su leche condensada, brandy y canela —un clásico murciano que tenéis que probar al menos una vez en la vida (si no lo has hecho ya)— y un «Belmonte» descafeinado: intensidad sin complicaciones.

Copas y digestión con vistas
La sobremesa se alargó (como debe ser) con un gintonic bien servido y un cóctel de mango tan afrutado y suave que entraba como una tarde de agosto. En ese momento, la brisa ya se había calmado, el comedor seguía animado y nosotros, entre risas y sorbos, solo podíamos pensar: ¿por qué no venimos más a menudo? jejeje.

Recomendaciones
La experiencia completa va más allá de lo que llega al plato. Esto es lo que debes tener en cuenta si decides reservar (y deberías):

Ambiente: relajado, familiar, con un punto elegante pero nada estirado. Aquí va gente con chanclas y con americana. Y todos encajan por igual.
Servicio: rápido en general, aunque en temporada alta, como es normal, puede decaer en las horas punta pues se nota el aluvión. El trato es amable y exquisito.
Precio: unos 30–40 € por cabeza si te portas bien. Si te emocionas con el vino, los postres y cócteles, prepárate para los 60-70 €. Echa un vistazo a la carta antes de dejarte llevar por la euforia.

1975 Escuela de Pieter es ese restaurante que uno recomienda sin dudar, pero con cierto recelo… porque a ver si se va a llenar aún más jejeje. Es un lugar con historia, con alma y con vistas que deberían recetarse en la Seguridad Social. No es barato, pero tampoco pretende serlo. Estás pagando por el entorno, el producto y ese puntito de nostalgia que te deja el mar cuando cae el sol.

¿Te animas a probarlo? Luego me cuentas. O me invitas, ya que estamos. 😏
